Impossible, is, nothing
Juan Carlos de la Fuente Bonilla

En el presente trabajo, me propongo verificar la imposibilidad del lenguaje como forma de conocer la nada usando la filosofía analítica como alternativa a la metafísica de Heidegger.

En la lección inaugural recogida en ¿Qué es la metafísica?, Heidegger se preguntaba por la nada en un intento por definir la metafísica como ciencia filosófica. Sin embargo, el discurso se ve obligado a detenerse ante la pregunta misma: “¿qué es la nada?”. La pregunta, afirma Heidegger, es contradictoria en sí, pues la nada corresponde a esa totalidad de lo que no es. De este modo, la investigación sobre la nada desemboca siempre en una inconsistencia lógica. Pero, sugiere Heidegger, ¿y si, en la cuestión de la nada, la lógica tiene un papel de menor relevancia que el que le estamos dando?

Al afirmar que la lógica juega un papel secundario en la cuestión de la nada, me parece, Heidegger está simultáneamente desprendiendo a cierta concepción del lenguaje de cualquier posible mediación en la cuestión. Esto es debido a que la función lógica del lenguaje, aquella que es evaluada según el valor de verdad, es la que usamos para razonar y vehicular el pensamiento. Incluso se podría añadir al argumento de Heidegger que el lenguaje, desde el mismo momento en que da nombre a la nada, está contraviniendo su esencia pues, ¿no es acaso el lenguaje un acto de creación, una realización? ¿puede el no-ser expresarse mediante un proceso del ser? Siendo así, uno podría argumentar que en este momento de la investigación es necesario aplicar la séptima proposición postulada por Wittgenstein en el Tractatus Logico-Philosophicus que afirma que “Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio”2. Pero, ¿es así? ¿Es cierto que el lenguaje no tiene manera de plasmar coherentemente la nada?

Según Frege, todo objeto posee un sentido y una referencia. Mientras que el sentido no hace alusión directa al objeto que da nombre, la referencia sí se corresponde con el mismo. De tal modo, cuando decimos “La Gran Manzana” o “La Ciudad que Nunca Duerme”, estamos usando distintos sentidos para la misma referencia “Nueva York”. El sentido se concibe siempre en una insuficiencia consensuada. A pesar de que todos sabemos que Nueva York no es una fruta gigante ni está viva, comprendemos el uso de “La Gran Manzana” porque conocemos la referencia a la que se dirige. Esta idea de una insuficiencia consensuada explicaría por qué a pesar de que la nada no es, la realizamos en una palabra. La nada sería, así, no la referencia, sino el sentido pero, ¿a qué refiere este entonces? Porque si la nada es el sentido porque no alude directamente al objeto que nombra, en realidad estamos diciendo, “la nada es el sentido porque no es la referencia”. Llegamos así a un callejón sin salida donde la nada es el único concepto con sentido y sin referencia.

Esto demuestra que el objeto filosófico de la nada es ininteligible si seguimos una función descriptiva del lenguaje, que considero como aquella relación que el lenguaje mantiene con objetos que pueden ser pensados. De tal modo, la investigación se ve arrojada hacia la teoría de los actos del habla de Austin.

Austin bautizó como “falacia descriptivista” a aquella tendencia a evaluar una proposición según su valor de verdad, concepto heredado de la lógica. Esta, argumentaba, se constituye como falacia al presuponer que toda proposición guarda una correspondencia con una realidad (factual o imaginada), ponderando siempre su autenticidad o falsedad. Sin embargo, hay proposiciones como promesas o actos convencionales (como un bautizo) que no se pueden resolver por su verdad o falsedad, estas son las que llamó “enunciaciones performativas”. Como hemos visto, la nada es un término que no describe nada que esté en el mundo. En tal caso, podríamos inclinarnos por la aserción de que la nada atiende en realidad a las cualidades de una enunciación performativa. Así, cada vez que usamos el término la nada, lo que en realidad le subyace es un acto convencional por el que establecemos que el término utilizado en realidad no se identifica con el objeto al que nos referimos. Cuando decimos la nada, estamos diciendo “la nada, que no es esta palabra porque ella no es” y el acto queda prolongado ad infinitum, sin un lugar al que dirigirse. Por esta misma razón uno podría esgrimir que si la nada es en realidad una enunciación performativa, debería poder atenerse a uno de los dos tipos que estableció Austin: el tipo feliz y el tipo infeliz, acto satisfecho e insatisfecho respectivamente. En efecto, una promesa puede cumplirse o romperse. Del mismo modo, un bautizo puede recurrirse con otra convención, como cambios en el registro civil o una excomunión. Pero la nada, al ser una enunciación performativa que no tiene hacia qué o quién dirigirse, sería la única enunciación performativa predeterminada, una que por su propia naturaleza no puede ser jamás satisfecha. La nada sería una enunciación performativa infinitamente infeliz.

Por ello, parece posible usar el lenguaje como herramienta epistemológica con respecto a la nada. Sin embargo, nos ha quedado patente que la única función del lenguaje que nos rinde efectiva en la cuestión, es la performativa, que es en definitiva una función social. Quizá por ello, sería pertinente averiguar en futuras investigaciones por qué razón es la única que nos sirve y que lugar ocupa realmente la nada en la sociedad.

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1 Theses 12-13 from Was ist Metaphysik? (1929) (www.naturalthinker.net/trl/texts/Heidegger,Martin/Heidegger.Martin..What%20Is%20Metaphysics.htm)
2 Proposition 7 from Tractatus Logico-Philosophicus
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